apítulo 35 

Ainhoa sintió que su corazón estaba siendo aprisionado por una mano gigante, el dolor era tan intenso que no podia respirar. Se quedó paralizada en su sitio y su cuerpo empezó a temblar incontrolablemente. 

Leonor, sintiendo que algo no iba bien, le dio unas palmadas en la mano y gritó: “¡Ainhoa, Ainhoa!” 

Después de llamarla varias veces, Ainhoa finalmente reaccionó. Su pequeño rostro estaba pálido como el papel. Lentamente giró su cabeza, con una mirada llena de resentimiento hacia la mujer. 

Sus labios temblaron y con voz ronca dijo: “¡No te lo mereces!” 

Dicho esto, tomó a Leonor y subieron al auto. Al sentarse en el asiento del conductor, sus piernas todavía temblaban, 

Leonor la sacó del auto y dijo con voz suave: “Bajate, yo conduzco.” 

Ainhoa no se resistió, se bajó del asiento del conductor y se sentó en el del pasajero. Apoyó su cabeza en el respaldo del asiento y quiso cerrar los ojos, pero las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas 

sin darse cuenta. Los recuerdos dolorosos de hace siete años, como una inundación feroz, la abrumaron. 

Enzo, abandonado en la puerta de la comisaria, observaba con una mirada gélida a esa mujer. En su mente estaban los ojos llenos de odio de Ainhoa. Cuánto dolor debe haber sufrido para odiar tanto a su propia madre. Enzo sacó un cigarrillo de la cajetilla y lo encendió lentamente. Su rostro severo estaba velado por el humo blanco. 

Miró hacia Pablo y dijo con una voz fría: “Investiga a esta persona.” 

Pablo aceptó la orden de inmediato: “Lo haré ahora mismo, presidente Castro. ¿Así que dejó ir a la secretaria de la Vega?” 

Enzo entrecerró los ojos y exhaló un aro de humo diciendo: “¿Y qué más podría hacer?” 

Pablo, con cierto desden, dijo: “Aunque usted compenso al amigo de la secretaria de la Vega, para ella parece que está ayudando a la señorita García, debe estar muy enojada. Debería contarle todo, decirle que para preservar la paz de la familia de la Vega, usted y la señora Castro están distanciados, e incluso arriesgo más de mil millones en activos. Debería decirle que la señorita Garcia ya llevó el asunto a los medios y que si no fuera por su rápida intervención, incluso si la señorita López ganara el juicio, se veria afectada. Presidente Castro, cuando te gusta alguien, debes demostrar cuánto te importa y que estás dispuesto a pagar cualquier precio. Pero si sigues guardándolo todo para ti y actuando duro delante de la señorita de la Vega, nunca conseguirás una esposa.” 

Pablo habló con pasión y se quedó sin aliento. Pensaba que su jefe entenderia su punto, pero en el siguiente segundo escuchó esa voz fría: “¿Necesito que me enseñes?” 

Él ya la había conseguido el dia anterior, y estaba seguro de que nunca la dejaría ir en su vida. Su rostro se llenaba de confianza. Incluso había una sonrisa desdeñosa en la comisura de sus labios. Viendo a un presidente tan irremediablemente obstinado, Pablo no pudo evitar sacudir la cabeza y suspirar. 

Ainhoa se sentó en el balcón de la sala toda la tarde, desde que el sol estaba en lo más alto del cielo hasta que cayó la noche. Se quedó alli sentada en silencio, sin decir una palabra. Eso asustó tanto a Leonor que no se atrevió a preguntar más. No fue hasta después de las siete de la noche que Ainhoa finalmente habló con una voz ronca. Su tono parecia tranquilo, pero nadie sabia que cada palabra que decia era como si alguien le arrancara las cicatrices de su herida, aún sin sanar, en el pecho. El dolor la hacia temblar todo el cuerpo. Los eventos de hace siete años, como una pelicula, pasaban por–la mente de Ainhoa. 

Ella contó cómo la acorralaron en el aula, cómo le rasgaron la ropa, cómo la insultaron diciéndole que era tan baja como su madre. Habló sobre su grave depresión, e incluso sobre la pérdida de la voz. También mencionó sus múltiples intentos de suicidio. 

Al final, su voz comenzó a temblar. Miró a Leonor con una mirada triste y le dijo: “Leonor, perdóname por ocultarte estas cosas, pero es que una vez que esta cicatriz se abre, significa enfrentarse a mi yo roto del 

Capitulo 35 

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pasado. Temo caer de nuevo en ese pantano y no poder salir.” 

Leonor no pudo evitar que se le escaparan las lágrimas de conmoción. Abrazó a Ainhoa con fuerza, consolándola sin cesar. 

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